La entrevista que publicamos a continuación forma parte del libro Los Imposibles 4, de Leonardo Padrón, de reciente publicación por el sello editorial Aguilar
Sala de espera
Gustavo Dudamel anda intoxicado de elogios. Pocos seres humanos han recibido tal enjambre de alabanzas con tanta juventud en la cédula de identidad. Eso podría justificar un talante empinado y distante. Pero ocurre que su mejor virtud es la sencillez. La carga como moneda suelta en los bolsillos. La trajea con una sonrisa sin dobleces que da la bienvenida a todos. Con él nos ocurrió algo que casi nunca habíamos experimentado: entrevistarlo dos veces con el mismo propósito. La primera versión de nuestro encuentro fue fabricada para la radio y ocurrió en su propia casa, que es casi un sitio de tránsito para alguien que realmente hace vida doméstica en los aviones. Estaban allí los gestos del buen anfitrión: pasapalos, música dispuesta y chistes de sobremesa. Eloísa Maturén, su luminosa pareja, contribuía en hacer inolvidable la tertulia. De parte de Dudamel hubo lo que yo requería: elocuencia, detalles y gavetas abiertas. Lo inesperado ocurrió meses después: su fama se salía de órbita y la serie para televisión pedía a gritos tenerlo en la lista de nuevo. ¿Entrevistarlo otra vez y remedar la pureza del primer encuentro? Parecía un intento yermo. Pero funcionó estupendamente. Esta vez fue en un espacio ajeno, encubiertos por técnicos y camarógrafos y sin la complicidad de la noche. Pero la honestidad volvió a ser la reina.
Algunos de los grandes directores de orquesta del planeta lo celebran con énfasis. Buena parte del mundo ha puesto rojas sus manos de tanto aplaudirlo. Los críticos especializados segregan adjetivos de admiración. Las entradas a sus conciertos se extinguen el mismo día que salen a la venta. El público saliva furor y fanatismo cada vez que sabe de su presencia. Las ovaciones a su trabajo han llegado a durar hasta veinte minutos. Pero lo más desconcertante de todo es que no estamos hablando de una estrella de rock o de un nuevo astro del reggaeton. Se trata de un oficiante de la música clásica, un director de orquesta, una batuta, una vehemencia llamada Gustavo Dudamel, quien es —sin lugar a dudas— una de las mejores noticias que ha ocurrido en Venezuela en los últimos años. Sus veintisiete años asombran. Su carisma se ha convertido en epidemia. Su manera de dirigir hipnotiza. Así lo dicen los violines, así lo cuentan el contrabajo y la flauta, así insisten los trombones. Sus brazos se mueven con la gracia del esgrimista y la pasión de un enamorado. Dicen que Mahler, Tchaikovsky y Beethoven recomiendan sus servicios. Las mejores orquestas del mundo coquetean con su agenda. En definitiva, Gustavo Dudamel ha sido el mejor emblema de ese milagro musical que ha ocurrido en Venezuela con el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles. Por eso, por ser uno de nuestros orgullos más unánimes, era imposible no acercarnos para descubrir el embrujo de una de las batutas más cotizadas del mundo de la música.
ENCUENTRO CON LA BATUTA
¿La primera vez que dirigiste una orquesta tendrías más o menos seis años?
En mi casa, en mi imaginación, sí. La orquesta de mis juguetes que tenía.
Recréanos el momento.
En mi casa había un ambiente musical, evidentemente por mi padre, que tocaba el trombón en un grupo de salsa, y tocaba también en la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lara. Colocaba unos muñequitos que salían en un juego en ese tiempo en forma de orquesta, ponía una grabación o me imaginaba algún concierto y dirigía, pues.
Una pieza que recuerdes que dirigías en ese entonces.
El capricho italiano, de Tchaikovsky. Incluso, había un programa en Venevisión que comenzaba con la fanfarria del inicio, que se llamaba Estudio 4. Pam pam pa pam. Y a mí me encantaba. No tenía batuta en ese tiempo. A los ocho fue que tuve mi primera batuta, que me regaló mi abuelo.
Descubriste la magia de que en esa batuta estaban todos los instrumentos posibles.
Absolutamente todos. Y con lo que tú hicieras, con cualquier movimiento, podías conseguir el sonido que te imaginabas.
Mucha gente supone que gente como tú, que se entregó tan rápido a su pasión y descolló de una manera fenomenal, fue secuestrada por su oficio para el resto de la vida. Entonces uno se pregunta, ¿cómo habrá sido la adolescencia de Gustavo Dudamel? ¿Tuvo tiempo para las caimaneras de béisbol, para las borracheras interminables, para el ocio en las esquinas donde los amigos gastaban el tiempo hablando tonterías? ¿Sientes nostalgia de cosas que te quitó la música?
Evidentemente la música se convirtió en mi prioridad, pero yo jugué bastante béisbol en la casa, era bien malo por cierto, pero sí jugué fútbol, mi abuela me metió en karate, hice natación. De todo, hice de todo.
Si tuvieras que enamorar de la música clásica a un campesino, a un vendedor de chicha, a un boxeador, ¿cuál sería el primer señuelo al que apelarías, el músico, la pieza que le pondrías para deslumbrarlo?
Yo comenzaría con una obra que la gente haya escuchado. La quinta sinfonía de Beethoven. Todo el mundo ha escuchado alguna vez un pa pa pa, pam y esos cinco o seis compases con los que puedes construir una fantasía, le puedes dar tanto a una persona que se enamore, con cinco segundos que dura eso. Con ese principio puedes lograr que mucha gente se convierta a la música clásica.
Hay una anécdota de tu infancia que cuenta que formaste un dúo famosísimo en su momento: El Dúo Larense.
Imagínate, eso fue con mi vecinito. Yo tenía como diez o nueve años, él tocaba las maracas y yo el cuatro, y cantábamos. Amenizábamos las fiestas de los vecinos.
Dame una pequeña muestra.
Pero imagínate tú, es que yo no toco, quiero decirlo públicamente, yo toco el cuatro muy elementalmente, perdón maestro Cheo Hurtado, perdón Jorge, perdón todos los grandes cuatristas, el Pollo, todos, perdónenme, pero mi papá me enseñó unos tonos y en esos tonos era que cantábamos. Yo me sé Re menor y Si y Re mayor, más nada en el cuatro. Y esas eran nuestras canciones, los grandes espectáculos. Los arrancábamos así: (Dudamel toca el cuatro). Y aquí viene un problema porque yo nunca lo supe hacer. Nunca me salió. Entonces siempre lo hacía así (vuelve a tocar). Y eso es lo que siempre tocábamos para arrancar. Y empezaba “El Dúo Larense / para echarle candela al presente”. Y gritaba mi compañerito que era chiquitico y tenía una voz aguda: “¡Ajúa!”.
LA FELICIDAD EN NUEVE VUELTAS
Sabemos que hay distintas maneras de demostrar la felicidad. Se habla en tu caso de un día en el que demostraste la felicidad con nueve vueltas ante una noticia que recibiste.
Sí. Eso fue cuando me llamaron para ser director de la Orquesta Nacional Infantil y Juvenil de Venezuela. Yo estaba en Barquisimeto, dirigía la Orquesta Infantil, la Orquesta Juvenil, de vez en cuando me invitaban a dirigir la Sinfónica del estado. Resulta que hay una gira a Italia y me llama el maestro Abreu, recibo la llamada. Yo estaba esperando porque él me iba a mandar unos libros. Y yo creía que la llamada era de los libros, pues. Y cuando me dice así, seco: “Te vienes a Caracas la semana que viene porque vas a dirigir la Orquesta en la gira a Italia y eres el nuevo director de la Orquesta”. Y me trancó. Ah, “te va a llamar Rubén Coa”, que coordinaba la Orquesta. Y eso fue.
Ni esperó tu respuesta.
Más nada. Yo me quedé así con mi celular y lo único que hice fue correr por todo el Conservatorio de la alegría. Y la gente me miraba y se preguntaba: “Ya estaba loco, pero ahora sí se volvió totalmente loco”. Pegué como veinte carreras, fue comiquísimo. Ese fue un momento crucial en mi vida, ¿sabes? Eso fue, yo creo, el escalón más grande. Una vez el maestro Abreu me puso a dirigir El malambo de la suite Estancia, y antes, en Italia, donde estábamos de gira en el 97, 98, y el Maestro no quería dejar pasar el día, que la Orquesta no se enfriara y el director estaba enfermo, y dice “A ver quién puede afinar esto”, dice, “este pasaje de los viento-madera”, y yo estaba en el último atril de los primeros violines con los zapatos afuera, por debajo del atril, sentado así echando cuentos con los amigos y dice “A ver, Gustavo”. Y yo “¿Gustavo, dijo?”. “Sí”. “Gustavo, ven y afina esto”, y yo tratando de meterme los zapatos pasando por el medio de todos los músicos, y entonces me hizo dirigir toda la obra y me dijo: “Algún día vas a dirigir esta orquesta”.
Pero entiendo que hubo un día —una anécdota que me parece valiosísima— que no llegaba el director al ensayo, tú ya eras miembro de la orquesta, y de repente te montaste a dirigir.
Así es, sí. Cosas de la vida. El director no había llegado y estábamos sentados todos allí esperando y yo, bueno, me monté,pues, y les dije “vamos a comenzar” y comenzamos jugando. Yo no tenía la batuta, ¿sabes? Esa vez, la primera vez. Recuerdo que cuando llegó el director me dijo “pareces Toscanini”, porque Toscanini dirigía sin la batuta. Y entonces yo comencé a hacer el ensayo con los muchachos y todos nos reíamos y de repente entramos en un mundo que era el mundo del trabajo, el mundo de hacer música seria. Y entonces allí todo el mundo vio como que “ok” y ahí comencé a dirigir regularmente esa orquesta.
¿A qué edad empezaste a dirigir orquestas oficialmente?
A los doce.
Hay una nostalgia con un instrumento: el trombón. Tú papá era trombonista y tú querías ser trombonista.
Yo quería tocar el trombón.
¿Por qué no fuiste trombonista?
Era el problema del brazo. No me daba. Y entonces esperando, esperando, esperando, llegué al violín, pues, pero imagínate, pasé por los trombones, las trompetas, los cornos, los fagotes, todos los instrumentos, hasta llegar al primer instrumento de la orquesta, que es el violín.
Fíjate, tienes un trombón allí. Yo no sé si en un brevísimo saludo a la nostalgia te atreves a tocarlo.
Es que nunca llegué a tocarlo.
¿Nunca?
No, nunca. No pude. Además, no tengo los pulmones suficientes. Necesitas mucho pulmón. Yo escribí unos conciertos para trombón dedicados a mi papá, los estrenó un amigo mío, tuve una novia trombonista. O sea, que el trombón está ahí, pues.
Es parte de la escenografía de tu vida.
Así es.
EL PRIMER GRAN PREMIO
Hay una fecha: año 2004, concurso por el Premio Mahler. Otro momento clave en tu carrera.
Eso fue una selección de trescientos directores, llegaron a dieciséis y ahí empezaron. Yo era el más joven.
¿Qué edad tenías?
Veintitrés años. Fueron dos semanas de mucho aprendizaje también. El maestro Abreu fue quien me educó, un día llegó y me dijo: “Mira, Gustavo, hay esto en Bamberg, en Alemania, y yo creo que tú puedes hacerlo”.
El concurso.
El concurso. Y yo, “bueno ¿por qué no? Si tú me lo dices”. Y hasta ahora, y creo que por siempre, el maestro Abreu es el que me guía en todo. Le dije “voy”. Yo había estado con Simon Rattle, asistiéndolo con la Filarmónica de Berlín por dos meses, ya venía de ese training de una orquesta, la primera orquesta del mundo, trabajando con su director, y me fui a Bamberg. Llegué allá, no hablaba nada de inglés, y ahora no hablo mucho tampoco, pero en aquel tiempo era “yes”, “wonderful”, “together”. Cosas así, más nada. Y entonces de repente empecé a pasar y a pasar las rondas, y cuando siento un golpe por aquí por detrás el último día: gané. ¡Gané!
Ganar ese premio fue otro gran peldaño.
Otro gran peldaño.
¿Cómo te transformó la vida ese premio?
Bueno, lo primero fue que, cuando gané, almorcé cinco veces en un día.
¿Por qué?
Porque llegaron un poco de mánagers, sabes, ¡fun! al sitio y: “Nosotros queremos hablar contigo, queremos representarte”. Y llegaba a mi cuarto y había como tres carpetas en la cama de que si no sé qué, no sé qué, no sé qué, y yo: “¡Dios mío!”. Entonces lo que hice fue que me vine a Venezuela y decidí estar dos, tres meses pensando qué quería hacer. Y una vez en Berlín, que fui a dirigir un concierto, que ya tenía programado desde antes de ganar el concurso, conocí a esta persona que trabaja para mí, pues, que se convirtió en un amigo. Ahí se abrieron las puerta, ahí comenzaron las invitaciones, comenzaron los grandes directores a ver cuál era el trabajo que yo estaba haciendo aquí en Venezuela, y fue como ¡ffff!.
Hay algo que tú y muchos músicos venezolanos amigos tuyos hacen con frecuencia: se reúnen a tomar, a comer, y empiezan todos a tocar y a cantar y son…
Las parrandas.
Ajá. Y sé que tú, en esas parrandas, sueles agarrar un violín y tocarlo evocando tu época de violinista.
Sí, sí.
¿Qué cosas tocas, por ejemplo?
(Dudamel observa un violín cerca de él) Yo sabía… porque hay un violín aquí con un arco, armado y todo. Yo toco el violín, pero también siempre pido perdón porque todos los instrumentos yo se los dejo a mis músicos. Yo dejé de tocar. Estudié con el maestro José Francisco del Castillo, con mi profesor en Barquisimeto Francisco Díaz, Rubén Coa, José Luis Jiménez, todos ellos. Pero lo he tenido que abandonar un poco por las responsabilidades que tengo con la dirección. Pero siempre trato de tocar un tango. Yo siempre toco con hombrera. Eso es una cosa que se le pone aquí, un soporte. (Dudamel toca los acordes iniciales de “Por una Cabeza”). Ni el vibrato me da, pues. Imagínate cuánto tiempo tengo que no toco. Pero “Por una cabeza” es una canción que a mí me fascina y siempre la toco cuando estamos en una parranda. (Y toca unos fragmentos). Pero no así de desafinada.Un poco más desafinada, porque hay un poquito de tragosen la cabeza. ….¡Ay, Dios mío! Y yo que le pido a los músicos que toquen bien en la orquesta. Qué mal ejemplo estoy dando, vale. Perdón, muchachos.
BANDA SONORA
Video 1
La abuela de Gustavo Dudamel cuenta: “El abuelo para él fue algo grande. Algunas veces yo lloro y él me dice ‘abuela, ¿y usted por qué llora? Mi abuelo está con nosotros’. Su abuelo es una figura que nunca olvida. Ahorita cuando vino, que después del ensayo vino para acá, y compramos pollo y comimos aquí entre la familia toda, empezamos a recordar cosas tan bellas y salió la conversación de su abuelo. Él habla de su abuelo como si estuviera vivo. Mi nieto para mí es algo… Yo quiero a mis hijos, pero Gustavo está en un pedestal muy grande”.
La abuela. Imagínate. Mi abuela fue la que me guió. Y mi abuelo fue, tú sabes, muy triste porque yo no pude… yo me mudé a Caracas cuando tenía como diecisiete años y cuando mi abuelo se enfermó y murió yo estaba fuera del país. Entonces tuve que cancelar casualmente unos conciertos en Salzburgo y en Múnich y bueno, imagínate, el abuelo era, el abuelo era, pues…
Fue una figura tutelar en tu vida.
Él está conmigo, ¿sabes? Yo lo siento muy presente siempre conmigo. Y a la abuela me la llevo siempre a todos los viajes. A mi papá y a mi mamá también, por supuesto, pero la abuelita se vino ahorita a la gira conmigo.
Es decir, que ella está de gira en la Dudamelmanía.
Exactamente. Esa abuela es mi oro. Es material que no se ha encontrado nunca.
Video 2
La Dimensión Latina, canta: “Negra, mueve la cintura / negra, salta para atrás / Déjame sentír, mi negrita santa…”.
La Dimensión Latina, imagínate. Siempre había fiestas, me acuerdo, casi todos los fines de semana en Carora, en casa de mi tío. Y esa era la música que se escuchaba. Bailábamos los primos y mi papá tocaba con su grupo toda esa música. Eso forma parte de mí, eso está junto con Beethoven y todo eso, ahí hay unas celulitas, unos glóbulos rojos, de La Dimensión, de Héctor Lavoe, de todo eso. Mezcladas todas.
Video 3
Narración de un juego de pelota, una final de campeonato en la que ganan Los Cardenales de Lara: “Una mala, dos buenas, dos outs, en el final del noveno. Listo, el lanzamiento, abanica… Y Cardenales es el ganador de la temporada 2000-2001”.
¡Campeones! Genial, porque esa fue una racha seguidita de triunfos de Cardenales. Yo tengo mi franela de Los Cardenales, mi camisa dice Dudamel atrás.
¿Te gusta ir al estadio?
¡Sí, vale! Sabes que a veces, como soy hijo único y todo el mundo estaba trabajando, tenía que verlo por televisión con los amigos, o solito. Pero lo disfrutaba al máximo. Incluso, cuando eso yo estaba aquí en Caracas, y estaba en un apartamento donde vivía en Parque Central y estaba solito. Y yo creo que todo el mundo escuchó mis gritos, la intensidad. Cohetes se escucharon en mi mente. Yo soy altamente Cardenales.
Eres un fanático.
Lo siento por dentro, respeto a todos, a los magallaneros, los caraquistas. Pero Cardenales es Cardenales.
EL ESTILO DUDAMEL
Quisiera hablar del Estilo Dudamel para dirigir. Creo que parte de lo que ocurre es la pasión que generas en el otro. De repente estás ensayando y dices “Ok, está muy bien pero falta sangre, quiero sangre”. Háblame de ese tipo de recursos a los que apelas, a esas imágenes.
Para mí mis memorias y las vivencias diarias pueden tener relaciones hasta con la tonalidad o con cualquier nota que estés tocando. A una orquesta que ha tocado mil veces la Séptima de Beethoven, un músico nuevo tiene que aprender a pedirle una cosa distinta. Se trata de la forma como la pides, cómo le extraes a la orquesta la idea que tienes. Trato de abrir al máximo posible la conexión entre la orquesta y yo. Que es lo contrario de la dirección, ¿sabes? Del director siempre ha habido la imagen del hombre bravo que grita, Toscanini, por ejemplo.
Severo.
Y siempre molesto. Yo trato de hacer todo lo contrario. En vez de estrecharla, trato de ampliar esa relación. Mi intención es que ellos se conecten. Yo les digo: “Esto es como una primera vez y como la última”.
Otra de las características del estilo Dudamel es que muchas veces diriges de memoria, sin partitura. ¿Por qué? ¿Te molesta la partitura, te amarra?
No es una cosa de demostrar que yo puedo dirigir de memoria.
¿No es un acto de soberbia?
No. Porque muchos directores dirigen de memoria. Es una manera de fantasear más. Yo siento que la conexión con la orquesta es mucho más directa porque le puedo ver los ojos. Ellos pueden ver que estoy allí conectado con ellos. Cuando tienes la partitura, de repente un músico te ve y estás mirando la partitura, no sé, yo creo que se pierde un poco la conexión. Es mi manera de ver. Hay directores que dirigen con las partituras y son fantásticos. Yo mismo a veces dirijo con partitura. Pero mi maestro, el maestro Abreu, me enseñó que era muy importante eso. Y lo aplico.
LA ANÉCDOTA MEMORA BLE
Hay una anécdota tuya maravillosa: lo que te sucedió el día que te dieron la batuta de Leonard Bernstein para dirigir.
Leonard Bernstein es un ídolo para mí. Un día yo estoy dirigiendo la Filarmónica de Nueva York y antes de entrar al concierto llega una señora y me dice “Gustavo, queremos que nos hagas el honor de usar esto”. Y era la batuta de Bernstein. Una de las dos que quedaban que estaban bien. Y yo “guao, increíble”. ¿Sabes que eso es difícil? Porque tú estás acostumbrado a tu batuta y eso puede cambiar mucho tu movimiento y tu forma de marcar. El peso de la batuta. Hay batutas de fibra, de madera, en fin, de muchos materiales. Y entonces, yo estoy dirigiendo mi cosa, dirijo cuatro conciertos y en el último estoy dirigiendo la Quinta de Prokofiev y en la última parte, los últimos cinco segundos de la obra, yo estoy así Pan pan pan pan tararararan pan pan tararararan, pan pan pan pan tararararan pan pan tararararan, y hago un movimiento así ¡plac! Yo estaba dirigiendo de memoria, no había atriles a mi lado, y la batuta hizo ¡plac! se partió ¡plac! Tuvo como una energía. Yo no quiero decir que fue un momento mágico, que Bernstein estaba ahí, no sé. Que la gente interprete lo que pasó como quiera. Para mí fue un momento muy especial. El señor que la agarró en el público, el pedazo de madera, no me lo quería entregar. Y yo le llegué: “Mire, por favor…”.
¿No sentiste pena en el momento: “rompí la batuta de Leonard Bernstein”?
Evidentemente había pena pero dije: “Bueno ¿qué voy a hacer? Se rompió”. Y salí con el pedacito que me quedó a mí, que era el corcho. Entonces, apenado, les dije: “Discúlpenme, ¿cómo hago para repararla? Porque el que las hace está vivo todavía”. Entonces fue muy bonito, me dijeron: “Ahora esta batuta tiene más historia. La vamos a guardar como se quedó, rota”. Y está así en el archivo de la orquesta. Fue mágico totalmente.
¿Hay sentido del humor en la música clásica?
Muchísimo. Muchísimo.
Por ejemplo.
Tanta música de Strauss. Sus valses vieneses y las polcas tienen una carga burlesca de la sociedad de esa época. O Mozart. Mozart era una persona jocosísima. Se escucha en la música, ¿sabes? Y nosotros le metemos muchísimo con la Bolívar, con el Mambo de Bernstein, con El malambo de Ginastera… la orquesta se para y baila, lo disfruta.
Eso ha sorprendido muchísimo a los públicos más rígidos y acartonados del planeta, ¿no? De repente ven que todos empiezan a bailar con los instrumentos.
Así es. Eso nació de una bailadita así, ¿sabes?: Uno lo movió: “Ay, qué gracioso”. En pleno concierto. Y ya se mete en el público y la gente se encuentra con que ese olor a naftalina se convierte en un olor a una flor nueva.
MOMENTOS DE GLORIA
De los extraordinarios eventos que han estado sucediendo en el planeta contigo y con el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles, ¿cuál es el suceso que tienes guardado en el bolsillo para siempre? Debes tener el bolsillo repleto, pero mencióname uno que todavía te genere escalofríos en el cuerpo.
El público aquí en Venezuela es muy cálido, muy entregado al momento. Y eso a mí me emociona mucho. Creo que el punto culminante fue en el Festival de Salzburgo. El Festival de Salzburgo es El Festival. Allí se presentan solamente los mejores artistas, las mejores orquestas, muy poca gente tiene acceso a ese Festival porque se vende con años y años de anticipación. Y la orquesta se convirtió en… bueno, muchos periódicos lo dijeron, Salzburgo tiene su nueva estrella, que fue la Simón Bolívar. Incluso, y a mí me da mucho orgullo porque es mi orquesta y no quiero pecar de arrogante con eso, pero es que es así, la orquesta ha sido catalogada en el Times de Londres como una de las cinco mejores del mundo. O sea, uno lo dice, “sí, es una de las mejores orquestas”. Imagínate, está entre la Filarmónica de Berlín, la Orquesta Real del Concertgebouw, la Lucerna Festival Orchestra. Es algo que me llena de orgullo. Porque ha sido un trabajo que comenzaron todos nuestros maestros, que comenzó con esa visión que tuvo el maestro Abreu. Es como él siempre lo dice: ese es un “futuro sido”. Él lo dice en Tocar y luchar.
Ahora, ustedes han vivido experiencias como el Premio Príncipe de Asturias o la nominación al Grammy del disco Fiesta. Hay cosas que están sobrepasando las expectativas planteadas, reconocimientos que se manifiestan de múltiples formas: con un premio o con un perro caliente, por ejemplo. En Los Ángeles, hay un famoso sitio de ventas donde ya hay el Gustavo Dudamel Hot Dog. Siete dólares cuesta.
¡Una cosa así! Eso es muy cómico porque después de mi primer concierto, de mi debut, hay una cena superformal. Y resulta que yo me quería comer un perro caliente. Entonces me dijeron “Bueno, aquí hay un sitio muy famoso, pero tienes que hacer una cola larguísima”. Luego me nombraron director de la orquesta y me dieron esa sorpresa, pues. “Aquí está el Dudamel Hot Dog”.
¿Es cierto que si no hubieras sido músico te hubiera gustado ser político?
¡Caramba!
Eso dije yo: ¡caramba!
Sí. Mira, de la política me interesa el hecho de poder ayudar a la sociedad. El ayudar al prójimo para mí es muy importante. Uno como director es un político. Porque tú eres el líder de un grupo. Y siempre tienes que mediar entre la música y los músicos, y a veces entre los mismos músicos.
¿Pero no descartas más adelante incursionar en la política?
(Risas) Tú sabes que me suena una cosa así como ¡Gustavooooo!
Dudamel Presidente.
No, no, no. Mira, yo me veo haciendo música. Y siguiendo en mi camino político de la música. Pero nunca digo nunca. Eso es lo que te puedo decir.
Esa fue una respuesta muy política.
GALERiA DE IMPOSIBLES
¿Qué música hay en la vida de Gustavo Dudamel?
De todo. Desde salsa hasta Queen, Pink Floyd, hay Shakira, hay Juanes, hay Nielsen, Beethoven, Mahler, Simón Bolívar, Orquesta de Berlín, de todo, de todo.
¿A qué instrumento se parece la felicidad para ti?
Aaaah… a la orquesta.
Un instrumento que se parezca a la melancolía.
El cello es un instrumento muy melancólico. El violoncello.
Uno que se parezca al recuerdo de tu abuelo.
El violín y el trombón, quizás porque eran los que tocábamos en la casa mi papá y yo.
Una ciudad imposible de olvidar.
Caracas es una ciudad increíblemente fascinante de la cual me enamoré desde que me mudé en 1999. Barquisimeto, ¡bravo! La primera. Y, de fuera, París.
Un compositor de todos los tiempos.
Beethoven.
Un miedo recurrente.
Las alturas.
Un libro que serías capaz de robarte cien veces.
Cien años de soledad.
Un pequeño crimen que hayas cometido.
(Risas) Cuando encerraba a mi primita en el clóset. Le hacía muchas maldades. Muchas. Muchas ¡Ay, Dios mío!
Un músico venezolano.
José Antonio Abreu.
¿Qué te oscurece la sonrisa?
La mezquindad.
¿Cuál es el lugar favorito de tu vida?
Barquisimeto.
Un ritmo musical que no seas capaz de digerir.
Ninguno.
¿Eres capaz de escuchar un disco de technomusic?
Sí, por supuesto, no igual que una Sinfonía de Mahler.
Un error insistente.
La impuntualidad.
Una comida a la que le huyas.
Es que yo como de todo. Yo soy buena boca. Me encanta todo.
¿Y qué es lo que más te gusta comer?
El chivo es una exquisitez. Con Eloísa, mi esposa, aprendí a comer ensaladas, por lo menos.
Una época del mundo en la que te hubiera gustado vivir.
El Clasicismo.
Una fantasía intelectual.
Relacionado con la música, me gustaría volver a escribir. Volver a componer. Y a mí me fascina el cine. Me gusta mucho porque tengo un gran amigo, que es Alberto Arvelo, que es como mi hermano.
¿Te interesa el cine como espectador o como hacedor de cine?
Me encantaría, quizás, tener algo que ver.
Un lugar para coleccionar atardeceres.
Los crepúsculos larenses. Eso es un atardecer. El atardecer aquí en Caracas es algo mágico.
Un jamás.
Jamás dejaré de ser músico. Jamás dejaré mi país.
Una frase que se parezca a lo que piensas de la música.
El vivirlo intensamente. Hay que vivirlo como la primera y como la última vez siempre. Siempre.